Una crónica desde los almacenes rurales muestra qué consumen los más
pobres de Argentina. Los motivos del drama alimentario en un país que
produce para 300 millones de personas.(1)
El almacén de campo
“¿Es usted la hija del Dr. Clemente?… El Dr. es mi patrón.
Trabajo para él en La Escondida. ¿Pero usted conoce al Dr. Clemente,
señorita?, ¿o es ‘señora’ ya usted?
Yo estuve en Buenos Aires, mi hija, mi yerno y mi otro también mi
yerno trabajan en González Catán, en el frigorífico, no me acuerdo el
nombre. Es uno muy importante, pero no me puedo acordar el nombre… Ya me
va a salir. Hace dos años fui para Buenos Aires a visitarlos y no me
gustó. Me tomé el Flecha Bus hasta Retiro. No me gustó. Mucha
delincuencia, mucha inseguridad. Acá es tranquilo. Acá no pasan esas
cosas que pasan allá. Acá es esto”, le conversaba don Alfonso a mi hija Vera.
Luego llegó un joven, supe por María que era el menor de siete
hermanos y único varón, parecía de veinte, pero tenía la capacidad de un
niño. “3 kilos de papas, uno de cebollas y pimentón”, decía el papelito que me entregó casi sin hablarme. Venía desde lejos.
Así transcurría una tarde de otoño, cerca de Goya, Corrientes. Como
otras veces, mientras Vera y María atendían a los clientes, me quedé
sentado en el mostrador del almacén, desde donde podía verlos llegar.
Vienen hombres a caballo, en bicicleta, casi siempre seguidos por uno
o más perros, mujeres a pie y chicos. Todos se paran frente a la
ventana y esperan pacientemente ser atendidos. Saludos,
conversaciones triviales y alguna chanza son el preámbulo del pedido,
que en general, no supera dos o tres artículos. En la mayoría de los
casos, casi como al pasar y avergonzadamente, piden el cartón de tinto.
Vino, yerba, harina, tarjeta de teléfono, velas, fideos y azúcar son
los más solicitados. Grasa o aceite, caldo de carne, fernet, picadillo
de carne y gaseosa son, junto con los jugos concentrados, los menos
pedidos.
A principios de mes, se agrega la garrafa, que a veces prefieren
comprarla acá, en vez de traerla desde Goya (donde suelen comprar una
bolsa de 50 kilos de harina y otra de 10 kilos de azúcar) los días que
van a cobrar los planes sociales. Una garrafa le puede durar todo el mes
a una familia tipo de las zonas rurales. Suelen tener más de siete
hijos, en estos casos, hay un plan especial para ellos.
Mi curiosidad por saber qué compra esta gente, los más humildes de
nuestra tierra, me llevó a consultar en otras provincias. Quería saber
si los hábitos eran parecidos.
La respuesta fue similar: en algunos casos bajaba el vino de la
primera posición durante la semana pero subía los sábados y domingos.
Indudablemente la yerba y las harinas en sus diferentes posibilidades
son la base fundamental de la dieta.
Santiago, Salta, Chaco, Formosa, Catamarca, Tucumán son
algunas de las provincias más afectadas por la desnutrición. Las
harinas, desde hace mucho, son parte fundamental de sus comidas.
Los pobladores de estas zonas eran cazadores, pescadores,
recolectores y así complementaban con distintas carnes y frutos del
monte su ración. La miel silvestre, la algarroba, el pescado y la carne
de caza, eran parte de su riqueza y su dieta. Los cambios en la forma de
vida de las poblaciones rurales están directamente relacionados con la
libre utilización del territorio del que gozaban antes y de la
biodiversidad perdida.
Hoy la falta de hierro y de distintas propiedades que contenía su
antigua dieta está produciendo una de las más terribles extinciones
posibles: la muerte cultural, la disminución de su capacidad
intelectual.
Dos de las enfermedades que producen la desnutrición o la mal
nutrición son el marasmo y el kwashiorko. Chicos flaquitos con panza
globosa como producto de la ascitis que genera líquido en el abdomen,
son casos de desnutriciones extremas que están dadas por la falta de
proteínas que provienen de las carnes, nos dice M, una pediatra de La
plata que atiende chicos de las zonas rurales cercanas.
El bajo peso no es el único síntoma de una alimentación
deficitaria. Algunos chicos pueden incluso tener obesidad. En ambos
casos, suelen tener problemas en la formación de su coeficiente
intelectual. Esta evidencia contradice las declaraciones del gobernador
de Tucumán José Alperovich, que dijo recientemente que “hay menos desnutrición porque los niños de 10 años aumentaron dos tallas en los guardapolvos.”
Doña Tota
Doña Tota compra velas todos los días. Viene caminando desde allá
lejos. Bien atrás de la escuela tiene su casa Doña Tota. Abre la
tranquera, aplaude dos veces seguidas y se sienta a descansar en el
banco después de tanto andar.
“Ya estoy grande y me canso”, dice Tota. Pide fideos:
—Tres kilos de espagueti, son los más rendidores, y un puré de papa.
—Puré de papa no hay —responde María.
—¿Puré de papa dije?, puré de tomate quise decir.
Se ríe largo y dice: “el que tiene boca se equivoca”. Paga los fideos y la salsa y, recién cuando recibe el vuelto, pide una gaseosa “lima-limón-natural-nomás”,
que la paga con ese mismo vuelto. Cuando le dan el peso que sobra,
vuelve a ponerlo en la mano de María a cambio de diez caramelos que
guarda en el bolsillo de la camisa, junto a las pastillas de la presión
que le dio el médico del camión hospital. Doña Tota, antes de irse, le
pregunta a María si le puede anotar en su cuentita “dos vinos rosas, natural nomás”. Come un caramelo y deja las pastillas en su bolsillo que no toma porque, según dice, “le hacen mal al vino”.
¿Que otra cosa les queda por hacer?, me pregunto. Solo el vino los
saca de la rutina, de la imposibilidad de alcanzar un peldaño más arriba
en la calidad de vida. Pero sé que esto que pienso no es políticamente
correcto, no me tomen en cuenta.
La panza engaña
Aunque muchos creen que la Asignación Universal por Hijo resuelve
estos problemas, no es así, no es solo una cuestión de recursos, es
también un problema cultural, más profundo y del que el progreso parece
no anoticiarse.
El estado no cuenta con políticas, ni datos estadísticos que nos
permitan saber cuál es el escenario real. Estudios aislados y algunos
relatos de los protagonistas son las claves para descifrar hasta dónde
llega la problemática.
Según Rosa Alejandra Ramos, maestra de una escuela en Villa La Punta en Santiago del Estero, “la alimentación es bastante pobre”
en la zona. En esta localidad del departamento de Choya solo el 20% de
sus habitantes tiene trabajo formal, el resto sobrevive con planes
sociales. La escuela en la que asisten más de 650 alumnos, tiene un
programa de desayuno gracias al cual les envían mate cocido y galletas
fortificadas con cereales que sirven diariamente. Además reciben
un aporte de los gobiernos provincial y nacional para el comedor, de 45
centavos por chico que les permite dar almuerzos solo tres veces por
semana. “A pesar de esto tenemos muchos chicos con problemas con
bajo peso. Muchos chicos vienen de lejos, hacen muchos kilómetros para
llegar y están todo ese tiempo solo con lo que han comido en la escuela”,
explica Rosa. En muchos casos, esa es la única comida que reciben en
todo el día. Y los resultados se ven en el aula, sobre todo en niveles
iniciales, en donde se verifican los problemas de aprendizaje.
Generalmente las maestras de su propio bolsillo, los vecinos, hasta
los almacenes suelen suplir con su buena voluntad la ausencia del
estado.
La única medida útil y concreta fue la ley 25630 aprobada en 2002,
que obliga a los fabricantes de harinas a suplementar con hierro sus
productos. El hierro en la harina es la aceptación, más allá de las
estadísticas camufladas, de que el problema existe. La Organización
Mundial de la Salud aconsejo incluir el hierro en la harina ante la
evidencia de que la anemia en la población superaban el 40 %. Es en esos
casos que la FAO aconseja tal suplementación obligatoria.
Esto ayuda en gran medida pero no es suficiente.
Las pruebas están a la vista. A pesar que desde el 2005 no hay
estadísticas nacionales de desnutrición, todos los médicos consultados
aseguraron que en la poblaciones rurales, no menos de 4 de cada 10 niños
tienen visibles problemas de nutrición. Gabriel Gruvman, médico
gastro-infantil de Rosario y M., médica pediatra de la Plata confirmaron
en sus lugares de trabajo estas cifras que, si bien no son oficiales,
son aproximaciones que coinciden con los distintos lugares del país en
los que Plazademayo.com consultó.
Las voces oficiales son más optimistas, como es el caso de
Cristina Lobo, secretaria de Nutrición de Salta. Ella sostiene que en
niños menores de 1 año las desnutrición es del 5,5% y que entre los de 1
a 5 años existe una incidencia del 10,6 %. Agregó la secretaria que el
índice de mal nutrición puede llegar al 13%, lo que sumado a las cifras
anteriores, da un 23,6% de niños con problemas nutricionales.
De todos modos, si bien las medidas antropométricas son una dato
importante para detectar problemas de nutrición, no son suficientes.
Existen según los expertos consultados chicos con mayor altura y peso
que lo normal y aún así pueden tener graves problemas de nutrición.
Esta una realidad que los políticos conocen pero ocultan, muchos de
los médicos del interior que fueron consultados nos daban la información
con la condición de no mencionarlos.
Las estadísticas oficiales de muchos centros de salud son alteradas por
presión de las autoridades. Los médicos deben dejar sentado
estrictamente el motivo de la consulta, es decir, diarreas, dolor de
cabeza, pero jamás agregar el estado de desnutrición del chico, sea éste
el que motive o no, la dolencia del momento.
El comedor como barricada
Los comedores son, en muchos casos, la única garantía que queda en la
lucha contra el avance de la desnutrición y sus secuelas, es donde se
asegura, pobremente, el suministro de una dieta más cercana a la mínima
indispensable para garantizar que nuestros niños puedan alcanzar a la
capacidad intelectual que potencialmente tienen al nacer.
Lamentablemente los fondos para ello son más que escasos, como es el
caso del comedor escolar de Rincón de Ipizca, Catamarca que debe, con
2500 pesos mensuales dar de comer a 30 niños.
Según Félix Montalván docente de la escuela, el médico de la
posta sanitaria más cercana, que iba una vez por mes, dejó de asistir.
Si bien los agentes sanitarios siguen yendo a la escuela para tomar
talla y peso de los chicos, se desconocen los resultados. “En la escuela ingresan 4 o 5 chicos por año, y uno o dos de cada cinco tienen problemas de madurez”, explica Félix.
¿Quién será ese Don?
Hace días veo pasar al galope a ese Don por el campo de enfrente.
María no sabe quién es. Y eso que María conoce a todos y tiene muy buena
vista. “Fijate que siempre va con un perrito atrás que sigue al
caballo, desde la curva hasta el puente y se pierden los tres, el don,
el caballo y el perrito y vuelven a aparecer los tres al golpe otra vez y
así todo el día. ¿Pero quién es?, a veces son dos perros, uno más
grande, pero el que siempre está es el perro chico. ¿Quién será?”, pregunta María que ahora puede ver todo porque El Santi le sacó todos los yuyos que le tapaban la vista.
La hora de la siesta dura mucho tiempo y nadie compra nada nunca. O
casi nunca. Una vela y un encendedor le piden a María a la hora de la
siesta. El pequeño Alfredo dice que compraron la vela para prenderla en
la tumba que está al lado de la Iglesia. “No es una tumba-tumba
–dice-, es esa casita que les hacen a los muertos. Ahí en la Iglesia
mataron a alguien hace unos años, uno que estaba borracho se peleó con
el muerto y lo mató. El muerto no había hecho nada, pero el otro estaba
muy borracho, se enojó y lo mató. El borracho tenía dos mujeres ¿sabés?
Vivían todos juntos en la misma casa, les avisaba a sus esposas con
quién iba a dormir cada noche con una prenda de ropa. Si dejaba el
cinturón en lo de una quería decir que a la noche iba a dormir con ella.
No era borracho siempre, ese día que mató al muerto estaba borracho.
Fue tiempo a la cárcel y salió rápido porque eran épocas electorales, y
cuando salió, un tiempo después, iba caminado por la ruta y lo pisó un
camión y también murió. Sus dos mujeres cobraron la plata del seguro y
siguen viviendo juntas, compraron el campito en el que vivían, ahora son
felices. No lo querían ni un poco.”
Allá vive el Santi
“Allá, pasando la curva vive El Santi, que viene a cargar su
celular cada dos días. –dice María- Son quince hermanos. ¡QUINCE!
Después del último a esa pobre mujer le ligaron las trompas. ¡Qué te
parece! Tanta pobreza y siguen teniendo hijos. Qué oportunidades van a
tener esos chicos, ni electricidad tienen y viven en una casa prestada.
A Santiago no le cobro la carga del celular. Él me ayuda a
encerrar a los corderos. Cargar el celular sale dos pesos. La tarjeta
para recargar el celular la vendo a dos pesos más. En lo de la Neli, acá
a cinco kilómetros también la venden a dos pesos más, y si no que se
vayan a comprarla a la ciudad. El Santiago quedó en venir para podar
los árboles, es bien responsable El Santiago, sus hermanos también son
bien responsables. Muy bien educados todos.” Santi mandó un
mensaje ayer a María que decía que si no hacía mucho frío, hoy venía a
la mañana. Yo me muero de frío y ahí viene el Santi, que no debe tener
el mismo frío que yo. El frío de Santi es otro tipo de frío, mucho menos
frío. Un frío más digno.
Se van apagando, como las velas, que cuando pueden compran para hacer
un poco más largo el día. Se apagan. Sus inteligencias se reducen hasta
el límite de la comprensión.
Se van apagando y en la ciudad seguimos pensando en un criollo
inexistente, el Martín Fierro, mientras los verdaderos criollos, los
hombres y mujeres de nuestra tierra, con sus saberes y sus decires se
van apagando.
Sus hijos, nuestros hijos y su futuro se van haciendo más estrechos, más débiles, más tontos.
En las periferias de las ciudades, el paco, la droga y el hambre. En
el campo la falta de proteínas, mientras los gobiernos del país, del
país que puede dar de comer a cientos de millones de seres humanos, se
trenzan en disputas por el efímero poder.
Un estado que permite que se vaya apagando la vida, el futuro de
millones de niños abandonados a su suerte, con una Asignación Universal
por Hijo que solo nos garantiza una despedida silenciosa y sin culpa. “Les dimos la plata y la usaron mal”, dirán luego mientras se encogen de hombros en señal de yo no fui.
El vino, el mate, y la harina son la combinación perfecta para una extinción lenta, casi agradable.
“Fijate que los domingos todos se ponen lindos. Se arreglan el
pelo, se visten con sus mejores ropas y se afeitan, también llevan
chicles de menta o pastillas. Vienen y te dicen: ´¿Me das un
T-O-P-L-I-N-E?´. Lo pronuncian como lo leen, son graciosos, no dicen
´¿Me das un toplain?´ Acá es otra realidad, chupan pero son más
inocentes”, dice María mientras mete algo de leña en la salamandra.
Un día de estos el frío no permitirá que el Santi vaya a encerrar los corderos.
(1) Nota de libres del Sur Saenz Peña: Hoy por hoy, el hambre no es
un problema de índole cientifico o tecnológico, es un problema
economico! Mientras no se deje de ver a los alimentos como bienes que
pueden comprarse y venderse, jamas se terminara el hambre en el
mundo.... Por eso, hoy en este mundo y
en este pais morir de hambre es un crimen, no tener acceso a alimentos
dignos y de calidad y en la cantidad suficiente, tambien es un crimen...
Y de acuerdo con lo que dice el informe, es una gran mentira que
producimos alimentos para 300 millones de personas... producimos
mayoritariamente soja de transgenia para alimentar chanchos en la china,
nuestro nuevo amo...